Porque el efecto que sobre el éxito académico tienen las variables socio-afectivas es más que manifiesto, lo cual se ve ratificado por multitud de estudios científicos que revelan que la personalidad y el rendimiento se afectan mutuamente y que las estrategias que utilizamos para adaptarnos personal y socialmente, no son tan diferentes a las que empleamos para rendir de manera eficaz en el ámbito escolar y laboral.
La educación, tradicionalmente, ha centrado su atención en las destrezas intelectuales, dejando en un segundo plano el desarrollo motor, y completamente de lado, el plano emocional. Pero no podemos seguir ignorando que las emociones forman parte del ser humano y, por tanto, han de integrarse en su educación. Reivindicamos el derecho a “aprender a SER”.
Somos capaces de sentir emociones, de ser conscientes de ellas, y a la vez de ponerlas en común con nuestros iguales. Pero para poder gestionar adecuada y eficazmente esa esencia que somos, hay que aprenderlo; las emociones son educables.
Ser capaces de reflexionar sobre nuestro propio mundo interior es un elemento básico de las habilidades y del conocimiento que fomenta el bienestar y la vida con sentido. Asentar las bases de la función reflexiva es una inversión educativa inteligente y duradera en la prevención en materia de bienestar fisiológico, mental y emocional. Los jóvenes que cuentan con habilidades reflexivas bien desarrolladas y con un cerebro ejercitado están preparados para mostrar mayor flexibilidad en contextos nuevos y para establecer relaciones interpersonales más satisfactorias, que reforzarán su sensación de bienestar y de flexibilidad a medida que crezcan”.