Más allá de todas las definiciones que podamos dar de Mindfulness, de la explicación de sus técnicas, de su aplicación y sus tiempos, de la postura, del lugar… al final se trata de una cuestión de actitud, de una forma de estar en el mundo, de relacionarnos con nosotros mismos y con el otro, de percibir y procesar la información que nos llega, de conectar con nuestro cuerpo.
Mindfulness significa “presencia”, “atención plena”, y “estar presente” no es otra cosa que tener puesta toda nuestra conciencia en el momento que estamos viviendo. Salir de la “mente de mono” que nos lleva de pensamiento en pensamiento y nos desconecta de lo que realmente está pasando ahí afuera. Poner toda nuestra atención en lo que se vive, en lo que se come, en lo que se siente, en lo que se huele, en lo que se oye…
Aparte de las prácticas formales de meditación, podemos llevar esta forma de “estar en el mundo” a cualquier actividad que realicemos en nuestra vida cotidiana, desde tomar una ducha, cocinar, comer, limpiar… siempre tenemos la opción de centrar nuestra atención en eso que estamos haciendo y vaciar nuestra mente de la rumiación en la que está habitualmente. No es sencillo. Hay que proponérselo. Hay que esforzarse por llevarla por donde realmente queremos para que no se dispare y vague a sus anchas entre el pasado, el futuro, las preocupaciones, los quehaceres…
Entrenar la mente es tarea complicada y lenta, que nadie se lleve a engaño, pero que reporta beneficios innegables en términos de reducción de estrés y ansiedad, y de aumento de estabilidad emocional, porque un cerebro fuerte y entrenado, con músculo, sabe focalizarse en lo que le conviene y alejar los pensamientos inútiles que sólo sirven para que afloren los miedos, un cerebro fuerte deja de preocuparse y, en su lugar, se ocupa de las situaciones complicadas, sabe vaciar su mente de ruidos ajenos para entregarse en cuerpo y alma al sexo, al amor, a la conversación, a la compañía, al placer de estar vivo … sabe dejarse espacio para sentir más intensamente lo que sucede en cada instante.
La realidad que vivimos actualmente camina en sentido inverso a lo expuesto: recibimos constantemente información desde varias fuentes y nos mantenemos hiperconectados a redes sociales de todo tipo. La sobreestimulación a la que estamos sometidos no ayuda a que nuestra mente tenga sus momentos de relax, y el precio que pagamos por estar tan conectados con el mundo exterior, es la desconexión con nosotros mismos, con nuestro cuerpo, con nuestro ser.
En un mundo tan tecnológico y con tanto input de datos es difícil encontrar ratos para sentarse a meditar, pero sí podemos, y merece la pena intentarlo, dejar que nuestra mente se relaje centrándola sólo en lo que está haciendo en cada momento.
Aquello de ser capaz de hacer varias cosas a la vez, no es virtud, sino semilla de estrés.